martes, 11 de octubre de 2011

Jonathan Edwards - (1703-1758)




Edwards nació en East Windsor, Connecticut, a Timothy Edwards, pastor de East Windsor, y Edwards, Esther. El único hijo de una familia de once hijos, ingresó en la Universidad de Yale, en septiembre de 1716, cuando todavía no había cumplido trece años y se graduó cuatro años más tarde (1720) como mejor alumno.

En su juventud, Edwards no pudo aceptar la soberanía de Dios calvinista. Una vez escribió: "Desde mi niñez hasta mi mente había estado llena de objeciones contra la doctrina de la soberanía de Dios ... Lo que solía aparecer como una doctrina horrible para mí." Sin embargo, en 1721 se llegó a la convicción, que él llama una "convicción muy agradable." Estaba meditando en 1 Timoteo 1:17, y luego comentó: "Al leer las palabras, no entró en mi alma, y ​​fue como se difundieron a través de él, un sentido de la gloria del Ser Divino, un nuevo sentido, muy diferente de cualquier cosa que haya experimentado antes ... pensé que con mi mismo, ¿cómo un ser excelente que era y lo feliz que debería ser, si se me permite disfrutar de ese Dios, y ser arrebatado a él en el cielo, y ser lo que eran absorbida en él para siempre! " A partir de ese momento, Edwards se deleitaba en la soberanía de Dios. Edwards más tarde reconoció como su conversión a Cristo.

Jonathan Edwards es uno de los más grandes filósofos y teólogos de América, y sus sermones y textos son atesorados piezas de la literatura estadounidense puritana. Pasó gran parte de su vida como misionero a los nativos americanos, y su dedicación a la fe ha inspirado a generaciones de cristianos. Edwards es conocido tanto por su gran inteligencia y la destreza de razonamiento, así como por la pasión cruda y tangible que se expresa en sus sermones. Conocido como un "fuego y azufre" predicador, el Señor utilizó a Edwars para que se convirtieran muchos americanos del siglo 16. , "Pecadores en las manos de un Dios airado", es uno de sus mensajes más conocidos y a la vez una poderosa expresión del poder de Dios y la justicia.

El 22 de marzo de 1758, murió de fiebre a la edad de cincuenta y cuatro después de la inoculación experimental de la viruela y fue enterrado en el patio de la Presidencia en el cementerio de Princeton junto a su hijo-en-ley, Aaron Burr.



PECADORES EN MANOS DE UN DIOS AIRADO

(Deuteronomio 32:35)

Mensaje de Jonathan Edwars, predicado en 1741.

De todos los cultivos del cielo, sacaron a luz frutos amargos y venenosos; como en los
dos versículos que preceden al texto. -La expresión que he escogido para mi texto, A su
tiempo su pie resbalará, parece indicar las siguientes cosas con respecto al castigo y
destrucción a que están expuestos estos impíos israelitas.
Implica que estuvieron siempre expuestos a una rápida destrucción repentina. Como el
que camina en lugares resbaladizos está expuesto en cada momento a caer, no puede
predecir si al siguiente momento permanecerá de pie o caerá; y cuando cae, cae de
sopetón sin advertencia, lo cual está también expresado en el Sal. 73:18-19. "Ciertamente
los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados
de repente!"
Otra cosa implicada es, que están expuestos a caer por ellos mismos, sin ser arrojados a
tierra por la mano de otro; como aquel que camina en suelo resbaladizo no necesita otra
cosa que su propio peso para caer al suelo.
La razón por la que no han caído todavía, ni caen ahora, es solamente porque el tiempo
señalado por Dios no ha llegado. Porque se dice que cuando ese esperado tiempo, o
momento señalado llegue, sus pies resbalarán. Luego se dejarán caer, de la manera en que
están inclinados a ello por su propio peso. Dios no los sostendrá ya más en estos lugares
resbaladizos, sino que los dejará ir; y luego, en ese mismo instante caerán en destrucción;
como aquel que se encuentra en suelos inclinados y resbaladizos, o en el orilla de un
abismo, que no puede mantenerse firme por sí solo; cuando se deja sin apoyo
inmediatamente cae y se pierde.
La observación de estas palabras en las que voy a insistir ahora es ésta: "No hay otra cosa
que mantenga a los hombres impíos fuera del infierno en todo momento que el mero
agrado de Dios." Por el mero agrado de Dios quiero expresar su placer soberano, su
voluntad arbitraria, no restringida por ninguna obligación, ni impedida por ninguna
dificultad, ni ninguna otra cosa; como si la pura voluntad de Dios no tuviera ni un
momento, en el menor grado, o en ningún otro aspecto, ningún lugar en la preservación
de los impíos. La verdad de esta observación aparece al considerar lo siguiente:
Dios no desea en ningún instante hacer muestra de su poder arrojando a los impíos en el
infierno. Las manos de los hombres no pueden ser fuertes cuando Dios se levanta; el más
fuerte no tiene poder para resistirle, ni puede librarse de sus manos. El no sólo es capaz
de arrojar a los impíos al infierno, sino que puede hacerlo fácilmente. Algunas veces un
príncipe terrenal se encuentra con la dificultad de sujetar a un rebelde que ha encontrado

medios para fortificarse a sí mismo, y se ha hecho fuerte por el número de sus seguidores.
Pero no es así con Dios. No hay Fortaleza que sea defensa contra el poder de Dios.
Aunque mano se una con mano, y una vasta multitud de los enemigos de Dios se
combinen y asocien, son fácilmente quebrados en pedazos. Son como grandes montones
de paja ligera ante el torbellino; o grandes cantidades de rastrojo seco ante llamas
devoradoras. Encontramos fácil pisotear y aplastar un gusano que vemos arrastrarse en la
tierra; también es fácil para nosotros cortar o chamuscar un hilo delgado que agarre
cualquier cosa; y así es fácil para Dios, cuando le place, arrojar a sus enemigos al
infierno. ¿Qué somos nosotros para que permanezcamos de pie frente a Él, ante cuya
reprensión la tierra tiembla, y las rocas son arrojadas?
Ellos merecen ser arrojados al infierno; de manera que si la justicia divina se encuentra
en el camino, no hay objeción eficaz contra el uso del poder de Dios para destruirlos.
Antes, por el contrario, la justicia clama fuertemente por un castigo infinito de sus
pecados. La justicia divina dice del árbol que da a luz las uvas de Sodoma, "córtalo, ¿para
qué inutiliza también la tierra?" (Luc. 13:7). La espada de la justicia divina está en cada
momento blandeada sobre sus cabezas, y no es otra cosa que la misericordia arbitraria y
la pura voluntad de Dios que la detiene.
Ellos ya están bajo una sentencia de condenación al infierno. No sólo merecen justamente
ser arrojados allí, sino que la sentencia de la ley de Dios, esa regla eterna e inmutable de
justicia que Dios ha fijado entre El y la humanidad, ha ido en su contra, y permanece en
su contra; de manera que ya están dispuestos para el infierno. "El que no cree, ya ha sido
condenado" (Juan 3:18). De modo que cada inconverso pertenece propiamente al
infierno; ese es su lugar; de allí es él. "Vosotros sois de abajo" (Juan 8:23), y allí estáis
atados; es el lugar que la justicia, la palabra de Dios, y la sentencia de su ley inmutable
les han asignado.
Ellos ahora son los objetos de ese mismo enojo e ira de Dios que es expresada en los
tormentos del infierno. Y la razón por la que no bajan al infierno en cualquier momento,
no es porque Dios, en cuyo poder están, no está entonces muy enojado con ellos, como lo
está con muchas criaturas miserables que ahora están siendo atormentadas en el infierno,
y allí sienten y experimentan el furor de su ira. Si, Dios está más enojado con otros tantos
que ahora están en la tierra; sí, sin duda lo está con muchos que están ahora en esta
congregación, con quienes está airado con más facilidad que con muchos de los que se
encuentran ahora en las llamas del infierno. Pero no es porque Dios se haya olvidado de
su impiedad ni se resienta por ello la razón por la que no desata su mano y los corta. Dios
no es en conjunto como uno de ellos, para ellos su condenación no se duerme; el abismo
está preparado, el fuego ya está listo, el horno esta caliente, listo para recibirlos; las
llamas se inflaman y arden. La espada resplandeciente está afilada y se sostiene sobre
ellos, y el abismo ha abierto su boca bajo ellos.
El diablo esta listo para caer sobre ellos y asirlos para sí; momento que Dios permitirá.
Ellos le pertenecen; él tiene sus almas en su posesión y bajo su dominio. La Escritura los
representa como sus buenas dádivas (Luc.11:13). Los demonios los vigilan; siempre
están a su diestra por ellos; permanecen esperando por ellos como leones hambrientos y
codiciosos que ven su presa y esperan tenerla, pero por el momento se retienen. Si Dios
retirara su mano, por la cual ellos son restringidos, volarían sobre sus pobres almas. La
serpiente antigua los mira con asombro; el infierno abre su amplia boca para recibirlos; y
si Dios lo permitiera serían apresuradamente tragados y se perderían.


En las almas de los impíos reinan principios infernales que están actualmente encendidos
y llameando en el infierno de fuego si no fuera por las restricciones de Dios. En la
naturaleza de cada hombre carnal está colocado un fundamento para los tormentos del
infierno. Hay esos principios corrompidos reinando y en plena posesión de ellos, que son
la semilla del infierno de fuego. Estos principios son activos y poderosos, excesivos y
violentos en su naturaleza, y si no fuera por la mano restringida de Dios pronto estallarían
y se inflamarían de la misma manera que lo harían las corrupciones y enemistad en los
corazones de las almas condenadas, y engendrarían los mismos tormentos que crean en
ellos.
Las almas de los impíos son comparadas en la Escritura al mar en tempestad (Isa. 57:20).
Por el momento, Dios restringe su impiedad por medio de su gran poder, de la misma
manera en que hace con las coléricas ondas del mar turbulento, diciendo, "hasta aquí
llegarás y no pasarás;" pero si Dios retirara ese poder restringido, rápidamente se llevaría
todo por delante. El pecado es la ruina y la miseria del alma; es destructiva en su
naturaleza; y si Dios lo dejara sin restricción no faltaría nada para hacer al alma algo
perfectamente miserable. La corrupción del corazón del hombre es inmoderada e
ilimitada en su furia; y mientras el impío vive aquí es como un fuego contenido por las
restricciones de Dios, que si fuera dejado en libertad atacaría con fuego el curso de la
naturaleza; y ya que el corazón es ahora un montón de pecado, de no ser restringido,
inmediatamente convertiría el alma en un horno ardiente, o en un horno de fuego y
azufre.
No es seguridad para los impíos el que en ningún momento haya medios visibles de la
muerte a la mano. No es seguridad para un hombre natural el que está ahora en salud ni el
que no vea ninguna manera en la que pueda ahora partir inmediatamente de este mundo
por algún accidente, ni el que no haya ningún peligro visible en ningún aspecto en sus
circunstancias. La experiencia múltiple y continua del mundo en todas las edades muestra
que no hay evidencia de que un hombre no está al borde de la eternidad, y de que el
próximo paso no sea en otro mundo. Lo invisible, el olvido de modos y medios por los
que las personas salen súbitamente del mundo son innumerables e inconcebibles.
Los hombres inconversos caminan sobre el abismo del infierno en una cubierta podrida, y
hay innumerables lugares tan débiles en esta cubierta que no pueden soportar su peso;
lugares que además no se ven a simple vista. Las flechas de la muerte vuelan a mediodía
sin ser vistas; la vista más aguda no las puede discernir. Dios tiene tantas maneras
diferentes e inescrutables de tomar al impío fuera del mundo y enviarlo al infierno, que
no hay nada que haga parecer que Dios tuviera necesidad de estar a expensas de un
milagro, o salirse fuera del curso de su providencia, para destruir al impío en cualquier
instante. Todos los medios por los que los impíos parten del mundo están de tal manera
en las manos de Dios, y tan universal y absolutamente sujetos a su poder y
determinación, que no depende sino de la pura voluntad de Dios el que los pecadores
vayan en cualquier momento al infierno, el que los medios nunca sean usados o estén
involucrados en el caso.
La prudencia y el cuidado de los hombres naturales para preservar sus propias vidas, o el
cuidado de otros para preservarlos a ellos, no les brinda seguridad en ningún momento.
De esto dan testimonio la providencia divina y la experiencia universal. Hay la clara
evidencia de que la propia sabiduría de los hombres no es seguridad para ellos cuando
están frente a la muerte; si fuera de otra manera veríamos alguna diferencia entre los


hombres sabios y políticos y los demás con respecto a su propensión a una muerte
temprana e inesperada; pero ¿cómo es esto en los hechos? "También morirá el sabio
como el necio" (Ecl.2:16).
Todas las luchas y maquinaciones que los hombres impíos usan para escapar del infierno,
mientras continúan rechazando a Cristo, permaneciendo así como impíos, no les libra del
infierno en ningún momento. Casi todo hombre natural que oye del infierno se adula a sí
mismo de que escapará; depende de sí mismo para su seguridad; se elogia a si mismo en
lo que ha hecho, en lo que está haciendo, o en lo que intenta hacer. Cada quien dispone
cosas en su mente sobre cómo evitará la condenación, y se engaña a si mismo planeando
su propio bien, y pensando que sus esquemas no fallarán. Ellos oyen sin embargo que son
pocos los que se salvan, y que la mayor parte de los hombres que han muerto hasta ahora
han ido al infierno; pero cada quien se imagina que planea mejores cosas para su escape
que lo que otros han hecho. El no pretende ir a ese lugar de tormento; dice dentro de si
que intenta tomar un cuidado efectivo, y ordenar las cosas de tal manera que no falle.
Pero los hijos insensatos de los hombres se engañan miserablemente a Si mismos en sus
propios esquemas, y en confianza de su propia fuerza y sabiduría; no confían en más que
una mera sombra. La mayoría de esos que hasta ahora han vivido bajo los mismos medios
de gracia y han muerto, han ido indudablemente al infierno; la razón no es que ellos no
eran tan sabios como los que ahora están vivos; no fue porque no planearon cosas que les
aseguraran su escape. Si pudiéramos hablar con ellos, y preguntarles, a uno por uno, si
ellos esperaban cuando estaban vivos y cuando oían hablar acerca del infierno que serían
objetos de esa miseria, indudablemente escucharíamos uno por uno contestar: "No, yo
nunca pretendí venir aquí; había dispuesto las cosas de otra manera en mi mente; pensé
haber planeado el bien para mi; proyecté un buen modelo. Intenté tomar un cuidado
eficaz; pero vino sobre mí inesperadamente. No lo esperaba en ese momento y de esa
manera; vino como un ladrón. La muerte me burló. La ira de Dios fue demasiado rápida
para mi. 0h mi maldita insensatez! Me estaba engañando y agradando con sueños vanos
acerca de lo que yo haría en el más allá; y cuando me encontraba diciendo, 'paz y
seguridad, 'vino sobre mi destrucción repentina."
Dios en ningún momento se ha puesto bajo ninguna obligación por alguna promesa que
haya dado, de mantener al hombre natural fuera del infierno. Ciertamente Dios no ha
dado promesas acerca de la vida eterna o de alguna liberación o preservación de la
muerte eterna, sino aquellas que están contenidas en el pacto de gracia, las promesas son
sí y Amén. Pero seguramente aquellos que no son hijos del pacto, que no creen en
ninguna de las promesas, no tienen interés en las promesas del pacto de gracia, y no
tienen interés en el Mediador del pacto.
De manera que, aunque alguno haya tenido imaginaciones y pretensiones acerca de
promesas hechas a hombres naturales que buscan con sinceridad, es claro y manifiesto
que no importa los dolores que un hombre natural sufra en la religión, ni las oraciones
que haga, hasta que no crea en Cristo, Dios no está de ninguna manera bajo la obligación
de librarlo en ningún momento de la destrucción eterna. De manera que así es que los
hombres naturales son regresados por la mano de Dios sobre el abismo del infierno; han
merecido el fiero abismo, y ya están sentenciados a él; Dios ha sido terriblemente
provocado, su ira es tan grande hacia ellos como la de aquellos que están actualmente
sufriendo las ejecuciones de la furia de su ira en el infierno, y no han hecho nada en lo

más mínimo para apaciguar o disminuir ese enojo, ni está Dios atado en lo más mínimo a
ninguna promesa de perdonarlos en ningún momento.

www.youtube.com/watch?v=vINoe42zFLk(Enlace al mensaje en audio)
http://www.mediafire.com/?o9lse83aro613n3(Enlace para descargar el mensaje en Pdf)

lunes, 3 de octubre de 2011

HERMANOS. (Andrew Miller) 1892





INTRODUCCION 





Es siempre un alivio para la mente, al estudiar la historia de la iglesia, poder seguir con alguna medida de certidumbre la hebra plateada de la gracia, y las operaciones del Espíritu de Dios en aquellos que han asumido una parte destacada en sus asuntos. Éste fue un privilegio infrecuente durante la larga noche de la Edad Media; pero con el alborear de la Reforma se pusieron más y más de manifiesto las operaciones del Espíritu Santo. Se hizo el llamamiento a la palabra de Dios como la única autoridad en cuestiones de fe y salvación, y la gran doctrina cristiana de la «Justificación por la sola fe» pasó a ser el fundamento y la piedra angular de la Reforma en el siglo dieciséis. Por medio de esta verdad quedó subvertido el poder del papado, y las naciones de Europa quedaron liberadas de su tiranía.



Debemos ahora pasar a observar una obra muy especial del Espíritu de Dios en la primera parte del siglo diecinueve, y en las Islas Británicas. Agradó a Dios, en las riquezas de Su gracia, para aquel tiempo, despertar en las mentes de muchos y en diferentes partes del país un profundo deseo del estudio de las sagradas Escrituras. Por este medio, muchos de Sus hijos fueron llevados a un nueva indagación de la «palabra profética más segura», y otros fueron llevados a la conciencia de la importancia y bienaventuranza de lo que Él había revelado en Su Palabra tocante a la iglesia, el cuerpo de Cristo. Esto era algo totalmente nuevo en aquel tiempo. Hablar de la iglesia como el cuerpo de Cristo, del que Él es la Cabeza glorificada en el cielo, y de que la iglesia era habitada y gobernada por el Espíritu Santo, eran verdades nuevas a oídos de la Cristiandad.

Cuando este libro fue escrito al principio, muchos de los que habían tomado este puesto de separación de los sistemas religiosos seguían aun vivos, de modo que el autor no necesitaba más que declarar el origen de esta comunidad, o compañía de cristianos, y dar un breve bosquejo de su desarrollo. Aquello que esta «comunidad» consideraba como verdadero y precioso puede ser juzgado por lo que ha aparecido impreso y que ha sido escrito por ellos mismos, y de esto podemos hablar libremente. Sus escritos, en forma de libros, tratados y publicaciones periódicas han sido extensamente difundidos por toda la Cristiandad, de modo que sus posturas se pueden conocer fácilmente. No citaremos las opiniones de sus adversarios como dando una estimación imparcial de su carácter, como tampoco aceptaríamos la opinión de un católico romano integrista acerca del carácter de Martín Lutero.



«LOS HERMANOS»
Durante el invierno de 1827-1828, cuatro hombres cristianos, que durante algún tiempo se habían sentido preocupados por la condición de toda la iglesia profesante existente, acordaron, después de muchas consultas y oración, reunirse el día del Señor para el partimiento del pan, como lo hacían los cristianos primitivos, contando con que el Señor estaría con ellos; estos fueron: el Sr. Darby, el Sr. (después Dr.) Cronin, el Sr. Bellett y el Sr. Hutchinson. Su primera reunión se celebró en la casa del Sr. Hutchinson, en el número 9 de Fitzwilliam Square, Dublín. Ellos, junto con otros que asistían a sus reuniones de lectura, habían estado estudiando las Escrituras y comparando lo que descubrían en la Palabra de Dios con el estado de cosas que les rodeaba, y no pudieron encontrar una expresión de la naturaleza y carácter de la iglesia de Dios ni en la oficial Iglesia Anglicana ni en las diversas formas de los cuerpos no conformistas. Esto los condujo al lugar de separación de todos estos sistemas eclesiásticos, y los llevó a reunirse en el nombre del Señor Jesús, reconociendo la presencia y acción soberana del Espíritu Santo en medio de ellos, mostrándose con ello solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, cp. Mt. 18:20; Ef. 4:3, 4.


Las circunstancias que condujeron a estos hombres fervorosos a leer las Escrituras y a llegar a la decisión que se acaba de describir fueron evidentemente guiadas por el Señor. Uno de los cuatro, que era un clérigo del condado de Wicklow, había sufrido un accidente que le había dejado incapacitado de un pie, y había acudido a Dublín para recibir tratamiento. Antes de esto, sin embargo, había pasado por una gran lucha en su conciencia acerca de su puesto en la iglesia oficial [la iglesia anglicana], y había decidido abandonarla. Algunos de sus amigos en la ciudad, con similares preocupaciones, y sintiendo la ausencia de vida espiritual y de comunión cristiana en las denominaciones, estaban de verdad sedientos de algo que no se podía encontrar allí. Así, en aquel tiempo el Espíritu de Dios estaba obrando en muchas mentes, y de una manera especial. Había creado una necesidad sentida en los corazones que sólo la gracia y la verdad podían llegar a satisfacer. En este estado de mente acordaron estudiar la Palabra juntos, y buscar al Señor para luz y dirección respecto a su camino futuro.


Hacia el año 1826, un joven estudiante de medicina —posteriormente el doctor Cronin— había llegado a Dublín por motivos de salud, procedente del sur de Irlanda. Solicitó ser recibido a comunión como visitante, y fue bien recibido a las mesas de los Independientes; pero cuando supieron que se había establecido como residente, le privaron de esta libertad. Entonces le informaron de que no podía más ser admitido a la mesa de ninguna de las congregaciones sin la calidad de miembro especial a alguna de ellas. Este anuncio hizo un gran impacto en su mente, y sin duda alguna fue empleado por Dios para hacer volver su atención a la verdad del un cuerpo. Pensaba él: «Si todos los creyentes son miembros del cuerpo de Cristo, ¿qué puede significar esta extraña expresión, de calidad de miembro especial con los Independientes? Se detuvo, y tras muchas reflexiones y oración, rehusó someterse a este orden eclesiástico. Esto lo forzó fuera, y lo expuso a la acusación de irreligión yantinomianismo. Permaneció fuera durante varios meses, sintiendo profundamente su soledad y separación de muchos a los que amaba en el Señor. Fue una época de prueba a su manera, y podría haber resultado de gran perjuicio para su alma; pero el Señor lo dispuso para bendición. Para evitar aparentar impiedad, pasaba las mañanas del día del Señor encerrado en su casa. Estas ocasiones las encontró de gran bendición espiritual, y también de profundas reflexiones acerca de su dirección en el futuro. Así son los caminos del Señor con los instrumentos que Él está preparando para un futuro testimonio y servicio.
HERMANOS (Andrew Miller 1892)