lunes, 16 de enero de 2012

LA PRACTICA DE LA PRESENCIA DE DIOS (HERMANO LORENZO)










PREFACIO


Hace más de 300 años, en un monasterio de Francia, un hombre descubrió el secreto
para vivir una vida de gozo. A la edad de dieciocho años, Nicolás Herman vislumbró el
poder y la providencia de Dios por medio de una simple lección que recibió de la
naturaleza. Pasó los siguientes dieciocho años en el ejército y en el servicio público.
Finalmente, experimentando la “turbación de espíritu” que con frecuencia se produce
en la mediana edad, entró en un monasterio, donde llegó a ser el cocinero y el
fabricante de sandalias para su comunidad. Pero lo más importante, comenzó allí un
viaje de 30 años que le llevó a descubrir una manera simple de vivir gozosamente. En
tiempos tan difíciles como los actuales, Nicolás Herman, conocido como el Hermano
Lorenzo, descubrió y puso en práctica una manera pura y simple de andar
continuamente en la presencia de Dios. El Hermano Lorenzo era un hombre gentil y
de un espíritu alegre, rehuía ser el centro de la atención, sabiendo que los
entretenimientos externos “estropean todo”. Recién después de su muerte fueron
recopiladas unas pocas de sus cartas. Fray José de Beaufort, representante del
arzobispado local, ajuntó estas cartas con los recuerdos que tenía de cuatro
conversaciones que sostuvo con el Hermano Lorenzo, y publicó un pequeño libro
titulado La Práctica de la Presencia de Dios. En este libro, el Hermano Lorenzo explica,
simple y bellamente, cómo caminar continuamente con Dios, con una actitud que no
nace de la cabeza sino del corazón. El Hermano Lorenzo nos legó una manera de vivir
que está a disposición de todos los que buscan conocer la paz y la presencia de Dios,
de modo que cualquiera, independientemente de su edad o las circunstancias por las
que atraviesa, pueda practicarla en cualquier lugar y en cualquier momento. Una de
las cosas hermosas con respecto a La Práctica de la Presencia de Dios es que se
trata de un método completo. En cuatro conversaciones y quince cartas, muchas de
las cuales fueron escritas a una monja amiga del Hermano Lorenzo, encontramos una
manera directa de vivir en la presencia de Dios, que hoy, trescientos años después sigue siendo práctica.


















1ª Conversación

Vi al Hermano Lorenzo por primera vez el 3 de Agosto de 1666. Me dijo que Dios le
había hecho un favor singular cuando se convirtió a la edad de dieciocho años. Durante
el invierno, viendo un árbol despojado de su follaje, y considerando que dentro de poco
tiempo volverían a brotar sus hojas, y después aparecerían las flores y los frutos, el
Hermano Lorenzo recibió una visión de la Providencia y el Poder de Dios que nunca se
borró de su alma. Esta visión lo liberó totalmente del mundo, y encendió en él un gran
amor a Dios. Tan grande fue ese amor, que no podía afirmar que hubiera aumentado
en los cuarenta años transcurridos desde entonces. El Hermano Lorenzo dijo que había
servido a M. Fieubert, el tesorero, pero con tanta torpeza que rompía todo. Deseaba
ser recibido en un monasterio pensando que allí podría cambiar su torpeza y las faltas
que había cometido por una vida más despierta. Allí ofrecería la vida y sus placeres
como un sacrificio a Dios, pero Dios le había desilusionado, porque lo único que había
encontrado en ese estado era satisfacción. Deberíamos afirmar nuestra vida en la
realidad de la Presencia de Dios, conversando continuamente con Él. Sería algo
vergonzoso dejar de conversar con Él para pensar en insignificancias y tonterías.
Deberíamos alimentar y nutrir nuestra alma, llenándola con pensamientos enaltecidos
acerca de Dios, y eso nos colmará del gran gozo de estar dedicados a Él. Debemos
acrecentar y dar vida a nuestra fe. Es lamentable que tengamos tan poca fe. En lugar
de permitir que la fe gobierne su conducta, los hombres se entretienen con devociones
triviales, que van cambiando diariamente. El Hermano Lorenzo decía que el camino de
la fe es el espíritu de la iglesia, y que es suficiente para llevarnos a un alto grado de
perfección. Y que deberíamos entregarnos a Dios tanto en las cosas temporales como
en las espirituales, y buscar nuestra satisfacción solamente en el cumplimiento de su
voluntad, ya sea que Él nos conduzca a través del sufrimiento o lo haga a través de la
consolación. Todo debería ser igual para un alma verdaderamente entregada a Él.
Decía que necesitamos fidelidad en la oración en momentos de sequedad espiritual, de
insensibilidad y de tedio, cosas éstas por medio de las cuales Dios prueba nuestro
amor a Él; esos momentos son propicios para que hagamos buenos y eficaces actos de
entrega, actos que uno debería repetir frecuentemente para facilitar nuestro progreso
espiritual. Decía que aunque diariamente oía acerca de las miserias y los pecados que
hay en el mundo, él estaba muy lejos de sorprenderse de ellos; que, por el contrario,
estaba sorprendido de que no hubiera más maldad, considerando las iniquidades de
que eran capaces los pecadores. Él, por su parte, oraba por ellos. Pero sabiendo que
Dios podía remediar el daño que ellos hacían cuando a Él le pluguiera, él no se dejaba
vencer por preocupaciones como éstas. El Hermano Lorenzo decía que para llegar a la
entrega que Dios requiere de uno, debemos vigilar atentamente todas las pasiones que
se mezclan tanto con las cosas espirituales como con aquellas que son de una
naturaleza más burda. Si verdaderamente deseamos servir a Dios, Él nos dará luz con
respecto a esas pasiones. Al final de esta primera conversación, el Hermano Lorenzo
me dijo que si el propósito de mi visita era discutir sinceramente sobre cómo servir a
Dios, podría ir a verle tantas veces como quisiera, sin temor de ser molesto. Pero si no
era así, entonces no debía visitarlo más.

Para leer el libro completo copia este enlace:
www.vinyacastelldefels.com/Descargas/PracticaPresencia.pdf

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