jueves, 31 de enero de 2013

SEGUIR A JESUS


Seguir a Jesús

Jesús no dejó detrás de sí una «escuela», al
estilo de los filósofos griegos, para seguir
ahondando en la verdad última de la realidad.
Tampoco pensó en una institución dedicada
a garantizar en el mundo la verdadera
religión. Jesús puso en marcha un movimiento
de «seguidores» que se encargaran de
anunciar y promover su proyecto del «reino de
Dios». De ahí proviene la Iglesia de Jesús. Por
eso, nada hay más decisivo para nosotros
que reactivar una y otra vez dentro de la Iglesia
el seguimiento fiel a su persona. El seguimiento
a Jesús es lo único que nos hace cristianos.
Aunque a veces lo olvidamos, esa es la opción
primera de un cristiano: seguir a Jesús.
Esta decisión lo cambia todo. Es como empezar
a vivir de manera diferente la fe, la vida y
la realidad de cada día. Encontrar, por fin, el
eje, la verdad, la razón de vivir, el camino.

Poder vivir dando un contenido real a la adhesión
a Jesús: creer en lo qué él creyó; vivir
lo que él vivió; dar importancia a lo que él se
la daba; interesarse por lo que él se interesó;
tratar a las personas como él las trató; mirar
la vida como la miraba él; orar como él oró;
contagiar esperanza como la contagiaba él.
Sé que es posible seguir a Jesús por caminos
diversos. El seguimiento de Francisco de Asís
no es el de Francisco Javier o el de Teresa de
Jesús. Son muchos los aspectos y matices del
servicio de Jesús al reino de Dios. Pero hay
rasgos básicos que no pueden faltar en un
verdadero seguimiento de Jesús. Señalo algunos.
Seguir a Jesús implica poner en el centro de
nuestra mirada y de nuestro corazón a los
pobres. Situarnos en la perspectiva de los que
sufren. Hacer nuestros sus sufrimientos y aspiraciones.
Asumir su defensa. Seguir a Jesús es

vivir con compasión. Sacudirnos de encima la
indiferencia. No vivir solo de abstracciones y
principios teóricos, sino acercarnos a las personas
en su situación concreta. Seguir a Jesús
pide desarrollar la acogida. No vivir con mentalidad
de secta. No excluir ni excomulgar.
Hacer nuestro el proyecto integrador e incluyente
de Jesús. Derribar fronteras y construir
puentes. Eliminar la discriminación.
Seguir a Jesús es asumir la crucifixión por el
reino de Dios. No dejar de definirnos y tomar
partido por miedo a las consecuencias dolorosas.
Cargar con el peso del «antirreino» y
tomar la cruz de cada día en comunión con
Jesús y los crucificados de la tierra. Seguir a
Jesús es confiar en el Padre de todos, invocar
su nombre santo, pedir la venida de su reino
y sembrar la esperanza de Jesús contra toda
esperanza.

Construir la Iglesia de Jesús
Hablar de Jesús y de la Iglesia es decisivo,
pero también delicado y a veces conflictivo.
No todos los cristianos tenemos la misma visión
de la realidad eclesial; nuestra perspectiva
y talante, nuestro modo de percibir y vivir
su misterio es, con frecuencia, no solo diferente,
sino contrapuesto. Jesús no separa a
ningún creyente de su Iglesia, no le enfrenta a
ella. Al menos esta es mi experiencia. En la
Iglesia encuentro yo a Jesús como en ninguna
parte; en las comunidades cristianas escucho
su mensaje y percibo su Espíritu.
Algo, sin embargo, está cambiando en mí.
Amo a la Iglesia tal como es, con sus virtudes
y su pecado, pero ahora, cada vez más, la
amo porque amo el proyecto de Jesús para el
mundo: el reino de Dios. Por eso quiero verla
cada vez más convertida a Jesús. No veo una

forma más auténtica de amar a la Iglesia que
trabajar por su conversión al evangelio.
Quiero vivir en la Iglesia convirtiéndome a
Jesús. Esa ha de ser mi primera contribución.
Quiero trabajar por una Iglesia a la que la
gente sienta como «amiga de pecadores».
Una Iglesia que busca a los «perdidos», descuidando
tal vez otros aspectos que pueden
parecer más importantes. Una Iglesia donde
la mujer ocupe el lugar querido realmente por
Jesús. Una Iglesia preocupada por la felicidad
de las personas, que acoge, escucha y acompaña
a cuantos sufren. Quiero una Iglesia de
corazón grande en la que cada mañana nos
pongamos a trabajar por el reino, sabiendo
que Dios ha hecho salir su sol sobre buenos y
malos.
Sé que no basta con hablar de la «conversión
de la Iglesia a Jesús», aunque pienso que
es necesario y urgente proclamarlo una y otra

vez. La única forma de vivir en proceso de
conversión permanente es que las comunidades
cristianas y cada uno de los creyentes nos
atrevamos a vivir más abiertos al Espíritu de
Jesús. Cuando nos falta ese Espíritu, nos podemos
hacer la ilusión de ser cristianos, pero
nada nos diferencia apenas de quienes no lo
son; jugamos a hacer de profetas, pero, en
realidad, no tenemos nada nuevo que comunicar
a nadie. Terminamos con frecuencia repitiendo
con lenguaje religioso las «profecías»
de este mundo.

Jose A.Pagola

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